Me he aburrido, ya no doy más con esta situación.
No soporto cuando tan airosa pasas cerca de mí, me hablas y me robas.
Con completo descaro hurgas y sacas lo que quieres. Lo que más me indigna no es que me robes repetidamente, sino que yo no haga nada, que no haga uso de mis derechos, que me deje estar, que no enfervorice la labor de cuanta fuerza pública hay en “mí país”.
El otro día, si mal no recuerdo, estaba sentado tomando, como de costumbre, un té, era bastante insípido, ya había pasado un largo periodo entre que me lo sirviesen y lo tomase. Coincidió este último con tu llegada. Con tus aires de diva me quitaste el aire. Con unas plumas avejentadas y bastante derruidas quitaste de mi toda traza de madurez, crispado, hecho un almacigo de persona. Estaba vuelto loco cuando diste la vuelta y te largaste, siempre he pensé que esa facha de gentleman te gustaba. Pedía de antemano un té que no me gustaba, tomaba un diario de comercio que no entendía y vestía devotamente un traje que había heredado de mi abuelo. Sin duda él, no como yo, tuvo más suerte.
Quizás fueron mejores momentos. Quizás la municipalidad de Providencia era más pujante, más acaudalada y rendía buenos tributos a sus fieles paisanos.
Quizás con un sueldo no tan exiguo como el mío pudiste dejar de lado la bicicleta y montar un trolley, invitar un helado a una señorita risueña que a todo respondía moviendo levemente una mano enfundada.
Pero bueno. Esto es una denuncia pública, no es posible que en un mundo civilizado como en el que vivimos, donde nos vanagloriamos de los sistemas de transporte y de la educación de calidad que brinda el estado, existan personas como tú, que pasan, saludan y se van, dejando rastros que pudiesen ser fácilmente localizadas con luminol.
Que desgarran desde dentro con un suave sonsonete, que va más allá de las notas.
Que no se culpe a nadie, porque cuando veo como se iluminan tus ojos resulta obvio que es una actitud intrínseca, parte de tu naturaleza.
No te culpo, porque eres una niña en cuerpo de mujer, juegas con uno como si fuese un peluche, me estiras, me tomas del cuello y me examinas, miras la corbata, ves la marca, si no es la original no sirve. Luego de un fastuoso examen, meticuloso y sin prisa me tomas, me levantas y me dejas caer.
No quiero más, no quiero que te entrometas en mi vida y me robes la quietud; que entres y me robes el aliento; que entres y me fije de tal modo en tus ojos que me desdoble en un afán primoroso. No quiero que me revuelques y cambies mi vida. Ya no más, basta con todo lo que has hecho, como si fuese un muñeco de trapo.
Regálame una sonrisa. Sí, de ese modo. Ya no vuelvas.
Bueno, róbame una vez más, pero prométeme que no será la última.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario