domingo, 9 de agosto de 2009

Marearse

-Y ¿como has estado?-preguntó mientras acariciaba el cordón plástico que separaba el teléfono de la pared.
Bastante bien- dijo el interlocutor mientras recorría una calle atestada de gente, junto a su celular revisaba las distintas ofertas de las tiendas por departamento.
Las ofertas no estaban en su lenguaje materno, pero de todos modos entendía lo que querían decir: apúrate en comprarme porque luego no habrá tallas. Se desquició con una señora peleando por una camisa a rayas. Sin embargo nunca soltó el teléfono, conversaba como autómata, guiado por la siempre fiel línea argumentativa de sus conversaciones con Javier.
Javier, también un poco desquiciado, buscaba consuelo en esa cuerda que no dejaba tranquila, la envolvía hacia un lado y otro tratando de explicarse porque estaba hecho un atado de nervios.
Por cortesía, Gabriel preguntó de vuelta cómo estaba. En una primera instancia la respuesta no lo sorprendió, pero en una segunda repasada mental sintió que: o ya era muy viejo, o el mundo cambiaba mientras dormía.
-Aquí, soñando que todo saldrá bien. Que voy a tomar la micro, me voy a bajar en donde debo, que voy a ir a paso firme y resuelto, me voy a plantar frente a su casa, voy a tocar el timbre y cuando salga a darme la bienvenida no voy a esquivar su mirada. Que luego de entrar el perro no me va a morder la pantorrilla y que de una vez por todas le voy a plantar un beso, sin ser cursi la voy a tomar por la cintura en su pieza y voy a estampar mis labios contra los suyos. Que con un silbar ahogado mis dientes responderán a sus llamados. Que mi lengua no se entumecerá y que sin embargo no voy a tirarme encima. Me alejaré medio metro y ella, como embrujada me seguirá, encajará sus manos en mi pelo.
Gabriel quedo pasmado, se sentó en un banco mientras el resto de la gente hacía de sus compras una batalla campal. Se sobó la frente y le pregunto si estaba bien.
-No sé, me siento un poco mareado- respondió con la voz ya apagada.

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